CAPÍTULO 1: JORD

“Me pregunto si alguna vez esto se terminará” se dijo.

Esa mañana había comenzado como tantas otras: demasiado temprano y sin demasiada emoción.

No recordaba en qué momento el mundo a su alrededor le había causado tanta tristeza. Quizás es que no existía un momento exacto, sino que se trataba de una acumulación de momentos exactos. O quizás era un problema de perspectiva, y el mundo exterior no tenía tanto que ver; quizás era su interior el que estaba devastado.

De cualquier forma, eran sólo detalles.

La aflicción la perseguía y eso era todo lo que lograba pensar.

Jord tenía unos treinta años. La gente comentaba que se veía más joven, pero a ella no le interesaba. No seguía ninguna rutina especial de maquillaje, su rostro era naturalmente bello. Tampoco cuidaba demasiado de su largo cabello marrón oscuro, que generalmente llevaba recogido. Encontraba en la simpleza de sus largos vestidos floreados, sus remeras blancas y sweaters de talle grande toda la moda que necesitaba.

Trabajaba en una biblioteca. No siempre había sido bibliotecaria, pero desde que su “yo azul” tomó posesión de la mayor parte de su yo real, las tareas sociales eran impracticables.

Por eso eligió la biblioteca. En ese lugar se sentía segura. Rodeada de libros y de carteles que leen en letra grande y resaltada “Mantener silencio por favor”, la pesada obligación de interactuar con otros era irrelevante. Allí, el tiempo y espacio dejaban de percibirse.

-Estoy buscando libros sobre el arte del Renacimiento en Italia, ¿me puedes ayudar? – una adolescente vestida con un uniforme escolar bastante arrugado, preguntó. El tono de su voz era un tanto más elevado del que se espera en una biblioteca, y el ruido que hacía al masticar constantemente chicle ciertamente no ayudaba. Sostenía un vaso de café en una mano, y con la otra tocaba la pantalla de su teléfono incansablemente.

-Sí, te puedo ayudar – contestó Jord. Pero primero tienes que arrojar tu chicle y tu café en el cesto de basura aquí. Está prohibido comer y beber en todas nuestras salas

-Masticar chicle no es comer. De hecho, estoy masticando chicle para no comer. Este es el último que me queda, asi que no voy a tirarlo

-Que pena – dijo Jord. Primero, por el hecho de que ignores cómo funciona tu cuerpo. Mascar chicle le envía la señal a tu estómago de que estás salivando y vas a alimentarlo, pero al no hacerlo existe un 80% de probabilidades de que tu hambre aumente y termines dándote un atracón de comida chatarra grasosa y barata. Segundo, porque te has tomado el trabajo de venir a la biblioteca sólo para que no se te permita ingresar, y tengas que volver a casa con las manos vacías

-Tengo Google en mi teléfono, sabes… – respondió mientras levantaba una ceja en gesto desafiante.

-Pues, ¡adelante! – sonrió Jord -. Estoy segura de que tu profesor estará feliz leyendo datos de Wikis y de www sin sentido. Además, juzgando por la apariencia de tu uniforme, asumo que tampoco debe estar demasiado feliz con tu comportamiento. Pero imagino que a ti no te importa tener que recursar esta materia por tercera o cuarta vez, verdad?

La joven llevó sus ojos hacia arriba y se mordió el labio inferior en gesto de desgano. Abrió la boca, tiró el chicle y dejó la taza de café sobre el escritorio de la recepción.

-Dejo mi café aquí. No es nada barato

-Con gusto lo cuidaré – dijo Jord mientras se levantaba de su silla. Ahora acompáñame a la sección A22 por favor.

Cuando finalmente regresó a su escritorio, le dolía la cabeza.

“Que desgaste de energía” suspiró para sí.

Se sentó y quedó mirando un punto fijo en la pared de la sala. Se preguntó por qué había elegido esa combinación de palabras despectivas en la construcción de su contestación anterior.

Había momentos en los cuales podía sentir como su “ser azul” se oscurecía y se mezclaba con sentimientos de cólera y malicia que provenían desde lo profundo de sí. Sentía la dulzura y la excitación que le provocaba asesinar gente con sus palabras. Su vocabulario se expandía al sentir la adrenalina corriendo por su sangre. Algo le pedía más y más agudeza, provocar más daño. No recordaba exactamente cuándo este Scrabble mental siniestro se había activado como una especie de mecanismo de defensa personal. Tampoco por qué lo disfrutaba tanto.

Pero una vez que las frases se habían liberado; cuando se encontraba allí, en la cima de su verborrágico discurso, siempre ocurría lo mismo. Su visión comenzaba a encogerse, las imágenes se cerraban hacia el centro, y la oscuridad que la cubría con sus capas de tul densas, comenzaba a disiparse.

El dolor de cabeza llegaba junto con sentimientos de culpa y arrepentimiento. Cuando otra porción más de su “todo” se rompía.

Para entonces, su “ser azul” había regresado.

Jord sacudió la cabeza y se frotó los ojos. Miró su reloj. Las 4 de la tarde.

-¡Jord! ¿Estás bien? Hace 2 minutos que estoy aquí parada llamándote -. La voz de Marga sonaba entre curiosa y preocupada.

-Sí, estoy bien, perdón. Sólo me duele un poco la cabeza.

-Has estado trabajando demasiado últimamente. Deberías ir por una taza de café. Comerte una rica porción de torta de chocolate. ¿Este café no es tuyo?

-No. Es de la Señorita Fastidiosa en A22. Lo tenemos que custodiar.

-No conozco este lugar, ¿es nuevo? – dijo Marga mientras examinaba el vaso de cartón. Abrió Google en su teléfono y lo buscó.

-¡Vaya! Google sí que tiene capacidad infinita para interactuar con humanos… – balbuceó Jord.

-Queda aquí a 3 cuadras. Deberías ir. Es más, ve y cuéntame qué tal está. Me gusta conocer cafeterías nuevas – dijo Marga, al tiempo que dejaba su bolso y abrigo en el locker.

Cuando salió de la biblioteca, la claridad del día encegueció sus ojos. Era una tarde fría, pero soleada.

Quizás Marga tenía razón, y necesitaba despejarse, una taza de café caliente, sentarse y aclarar la mente.

Caminó 3 cuadras y lo encontró.

“Café Los Árboles Azules. Que nombre más curioso”, pensó.

Pero sin más, abrió la puerta y entró.