El corcho que me hizo llorar

El otro día se me dio por comprar un Malbec en el supermercado.

Puede sonar como algo común y corriente esto que les estoy contando, pero créame; aquí en estos lados del mundo NO es tarea sencilla encontrar una botella compatriota. Y no es que no me gusten los vinos de otras tierras, pero vamos! Que cuando estoy frente a la góndola y veo la banderita celeste y blanca, se me pone la piel de pollo.

Y se me escapa alguna lágrima. Si señores, ahí mismito en el supermercado. Rodeada de carteles escritos en marciano, con gente que habla en marciano, ahí estoy yo. Parada, mirando casi hipnotizada por esa banderita y esas letras que sí conozco y leen MALBEC. MENDOZA. REPUBLICA ARGENTINA.

Calculo que muchos de los otros clientes pasan a mi lado y me miran. Se preguntarán por qué lloro frente a estantes llenos de botellas de vino. Pensaran que tengo algún problema de adicción. O que soy un sommelier sensible. O que me horrorizo al ver que son todas muy caras. Vaya uno a saber.

Hay una mujer allí parada, que trabaja ayudando a la gente a decidir cuál es la mejor opcion. También hay dos hombres de brazos cruzados mirando los estantes. Pero ellos no lloran, están mas bien como haciendo un análisis profundo de las alternativas. Imagino que están en el dilema de vino vs. cerveza.

Otra interpretación que se vino a mi mente fue que en realidad no saben ni corchos de vinos y estan intentando parecer inteligentes. Es como cuando uno va a un museo de arte y, hablando en confianza , uno no entiende ni que está mirando, ni que representa, ni que estilo es; pero se queda ahí de pie frente a la obra, con el ceño fruncido y la mano en la barbilla. Porque eso es lo que la gente experta en arte hace; mira y piensa. Y sonríe. Entonces, para simular nuestra cultura de arte 10%, imitamos. Tengo que admitir que nos sale bien. Bueno, a mi a veces no tanto, porque es más probable que me salga un ”¿y esto que caranchos es?” O “¿esto es arte moderno? Yo te puedo pintar un cuadro mejor, seguro”. Sí, tengo una honestidad brutal incómoda a veces. Y un ego al estilo Alexander. Magno.

En fin, volviendo al supermercado, ni tiempo le di a la mujer que asiste a que me asista. Luego de mis segundos de abstracción, caminé con paso firme hacia el Malbec, lo tomé en mis manos, lo abracé un poquito y lo metí en el changuito.

Los hombres me miraron como diciendo: “wow, como conoce de vinos”. Y yo me sentí feliz, y sonreí. Como en el museo de arte.

Ojo que saber de vinos no es una pavada. No es algo que se aprende en unos meses, ni con una app. Lleva años y años de tiempo dedicado a saborear, degustar, oler, escupir y repetir el ciclo. Aparte de estudiar geografía, historia y botánica. Y de probar TODO cuanto uno tenga al alcance. Porque imagínense, ¿cómo voy a decir que un vino tiene sabor a cerezas silvestres de bosque tropical si nunca las probé? Y si no me creen, vean el documental Somm en Netflix.

Ya en casa, decido abrir la botella. Y ahí, en ese momento de excitación mirando el corcho salir a la superficie lentamente, deslizándose hacia el aire de su libertad, dejando atrás el vidrio que lo mantenía rehén; en ese mismo momento sublime, lo veo.

Lo veo y comienzo a lagrimear. Es el corcho.

Pero no es un corcho que es solo corcho. Es un corcho que lleva mi Patria. Es un corcho con olor a Malbec que tiene impreso el mapa de mi Patria.

Sigo llorando.

Lloro y miro el corcho.

Y el corcho me mira.

Y cierro los ojos y me teletransporto.

Camino por Buenos Aires, recorro esas calles que tanto amo. Me siento en los bares, en los cafés de las esquinas. Corro por los parques y las plazas. Entro en todas las librerías y huelo las hojas de esos libros usados y nuevos. Me tomo un Malbec mirando el río. Me como un choripán en la Costanera. Maldigo a un colectivo que pasó de largo y no me paró, y al tránsito infernal que me deja sorda. Bendigo entender lo que me dicen y no tener que esforzarme por encontrar las palabras para expresarme en un idioma que no es el mío. Me emociono escuchando un tango, grito un gol durante dos minutos y lleno de queso rallado ese hermoso plato de ravioles. Voy a la feria hippie y me compro aros colgantes, respiro el olor a Palo Santo mezclado con jazmines que viene del puesto de flores.

Me siento en el balcón de casa y me tomo unos mates. Y charlo y charlo con toda mi familia hasta que el sol se esconde y la luz de la luna nos ilumina.

Abro los ojos.

Te extraño, Argentina