El futuro llegó

3 DE ENERO DE 2020

Ya pasaron 3 días desde que entramos en el nuevo año.

Estamos en el 2020 y, aparte del hecho de que no duermo bien, sigo siendo la misma persona. No, permítanme corregir; el hecho de que sigo sin dormir bien reafirma mi sospecha: soy la misma persona.

Hago énfasis en la continuidad inalterable de mi existencia 2019 hacia 2020; porque, aparentemente, entre las últimas horas del año viejo y las primeras del año nuevo algo mágico pasa y las personas de repente son otras. Hacen listas de resoluciones para los próximos 12 meses, prometen “no repetir el pasado”, escriben frases acerca de todos los pesares sufridos durante el año que se fue y de todas las expectativas del que comienza. Que son las mismas listas y las mismas frases que escribieron en 2018 para 2019. Y en 2017 para 2018. Y así, hacia atrás.

Si, ya sé que mis opiniones son muy particulares y me van a decir que tengo mala onda o que soy negativa; pero seamos realistas. Recordemos que la definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados distintos.

Basta de hacer listas. Basta de objetivos, decisiones, conclusiones, reflexiones. Basta de frases cliché en Instagram.

El proceso de cambio es eso, un proceso. O sea, no ocurre de un día para el otro, ni de un año para otro ni por arte de magia. O por escribir listas.

Generalmente, un proceso de cambio profundo, de esos de las frases de moda “en el 2020 seré una persona distinta”, lleva muchísimo tiempo. Y lágrimas. Y más lágrimas. Y probablemente ataques de ansiedad, de pánico y de miedo. Lleva horas de sentarse en medio de una habitación con o sin ruido, con o sin gente; sin pensar ni moverse. Lleva la desesperación de no saber qué hacer ni cuándo ni cómo. Lleva la angustia de la desolación, la rabia de la impermanencia y la resignación de la falta de control sobre todo suceso que ocurre a cada minuto de nuestras vidas.

Un proceso de cambio profundo viene acompañado por las voces internas que cuestionan si realmente el cambio es necesario, que hacen de abogado del diablo y nos fuerzan a pensar en las consecuencias de cada decisión; y si vale la pena siquiera accionar. O si es mejor dejar ir.

Mi idea en este 2020 es mantenerme lo más lejos posible de listas y de resoluciones. Por primera vez en todos los años que llevo viva, voy a vivir cada día el día. Voy a tomar las decisiones que tome, voy a sentir cada sensación y emoción, a respirar cada minuto y a mirar a mi alrededor tan sólo con la intención de mirar, sin pensar ni juzgar ni esperar ni prometer.

Hacer lo que hago cada día, ya es una resolución lograda en sí mismo. Haber pasado un día más viva, haberme despertado, comido, bebido agua limpia y gozado de electricidad, comodidad y cobijo, ya es demasiado.

Me pregunto si todos los que hacen esas listas de resoluciones llenas de ítems relacionados a dietas, ejercicio, alejarse de energías negativas, “yo, yo y yo”, ego ego ego… me pregunto si se preguntan si todas las personas en este mundo pueden darse el privilegio de hacer listas. Me pregunto si advierten que quienes no tienen un trabajo estable seguramente no pasan su tiempo pensando en cómo ser “mejor”, sino en cómo hacer para pagar el alquiler o comer todo el mes.

O si han pensado en eso de “desacelerarse” en detalle y se han dado cuenta que muchas mujeres trabajan tres trabajos para mantener sus familias y muchos hombres trabajan doble turnos o trabajos donde las cuestiones de seguridad son dudosas, para que sus familias puedan comer, vestirse y educarse. Que no tienen la opción de “desacelerar”. Que no tienen opciones.

El 2020 empezó hace 3 días y yo sigo siendo la misma. Me gusta el proceso de mejorar, pero lo hago de forma consciente. Lo hago despierta.

Les deseo a todos que Instagram no los devore con sus filtros y emoticones, que con cada respiración que dan exhalen energía integradora, pacífica y consciente. Que el 2020 nos encuentre siendo esas personas que rompemos el ciclo de lo conocido, de hacer lo mismo siempre. El ciclo de la locura.

Que el año de la rata no nos deje atrapados por glotones yendo tras el queso.