Golpe con letras al corazón

Este mismo corazón que llevo dentro de mi pecho; cansado, remendado,golpeado y doliente, hoy saltó aceleradamente al leerte. 

Y no fue como cuando volaban las mariposas en mi panza, o como cuando esperaba ansiosa tus mensajes. Ni como cuando creía en el amor verdadero y lloraba románticamente. Tampoco fue como cuando tipeaba desesperada para explicarte, pedirte, demandarte. O como cuando intentaba llegar a vos hablando en un idioma extraño e inventado, que no nos unía, sino que nos alejaba.

Esta vez, fue un latido intenso y punzante. Como si hubieses clavado bien profundo una daga venenosa en mí, con cada letra que escribiste. 

Iba a pasar. Tarde o temprano, iba a llegar este momento. Como todos esos momentos que sabemos que en algún espacio de la recta temporal, tendremos que enfrentar. Claro que aunque sea sabido, no implica que alguna vez se esté realmente preparado para saber qué exactamente hacer, cómo reaccionar, cómo lucirse con un plan A. 

Eso es lo que pasa, que aunque yo sabía que esto iba a llegar, no quise prepararme. No quise aprenderme un guión ni tampoco contratar grandes abogados del diablo para que me redacten una indestructible defensa. No. 

Por eso fui yo. Por eso agarré el cuchillo de la cocina, abrí mi corazón al medio, y dejé que junto con la sangre y las lágrimas saliera la verdad. Saliera de mi pecho la culpa, el dolor, el arrepentimiento, la ira. Que todo lo que de verdad pienso, soy, hago, sea un reflejo de mis palabras, de mi “explicación”. Sin miedo. Sin manipulación. Sin expectativas. 

Ser valiente no es pararse firme frente al dragón y amenazarlo con una espada. Para mí, ser valiente es pararme frente al dragón y dejar que me ataque, para reconocer cuáles son mis debilidades. Qué preguntas necesito hacerme, qué estoy haciendo mal. Qué hice fuera de mi camino. Por qué llegué a estar parada frente a una amenaza, por qué el miedo extremo a la muerte, a la pérdida, a las reacciones indeseadas? Por qué crear una fantasía que me convenga y que envuelva toda la escena, así me evito ver lo que no quiero, sentir lo que no quiero, vivir lo que no quiero, pensar lo que no quiero?

Tus palabras me golpearon duro, y me encontraron sin defensas. No preparé mi ejército. No utilicé estrategias. Asumí mi destino, caminé entre los puños y flechas, y me arrodillé frente a vos, en un gesto de humildad. De compasión. De fraternidad. 

Porque ya no quiero pelear, ni discutir, ni sublimar frustraciones mediante expresiones inteligentes, si; pero cargadas de odio y desamor. 

Quiero poder amarte como ser humano, sin pensar ya en todo lo que pasó. Quiero pedir por tu luz y tu bienestar, sin que eso me lastime. Quiero sentir paz cuando te leo o cuando relaciono momentos o imágenes con vos. Quiero recubrirme de sentimientos de neutralidad, de unidad. 

Ya sin soberbia, ni egoísmo, ni superioridad. Ya sin ego, sin apego, sin ignorancia. 

Me golpeaste, sí. Pero yo no te lo devolví. 

Yo te mostré mi otra mejilla.