La vida a los 43 (o la que me toca a mí a esta edad)

Ni idea de lo que pasa. En ningún momento del día, en ningún día.

No tengo idea de qué estoy haciendo, de si lo que estoy haciendo es lo que debería estar haciendo, de si hay un debería o de si todo ocurre así sin mucho sentido.

Quizás, luego de trabajar incesantemente desde mis 17 años hasta mis 38, este período de vida se llama “tómatelo con más calma y aprende más de vos y el valor de dejar de controlar”.

Quizás esto de haberme vuelto independiente laboralmente y de haber cambiado radicalmente mi carrera implica este otro cambio en mí, el de apreciar tiempos diferentes a los anteriores, intentando no sentir demasiado nada.

Me refiero a no sentir demasiada nostalgia, ni demasiada euforia, ni demasiada culpa, ni demasiado miedo, ni demasiada incertidumbre, ni demasiada confianza. Encontrar el punto medio, el camino medio.

Puedo confirmar que, aunque no tengo ni idea de dónde estoy ni de cómo van pasando las circunstancias día a día, cuanto más intento controlar los eventos, sentimientos, emociones o pensamientos, más me pierdo.

Cuidado, tampoco me malentiendan. No quiero decir que no se dónde estoy, como si sufriera de algún malestar que me impide racionalizar o ser consciente de mi realidad. Repetí dos veces, esta es la tercera, que no se dónde estoy ni que pasa ni que hago, porque desde una perspectiva más poética, me siento así, como una observadora de mi misma en un rol de vida al que no termino de darle la vuelta.

Y ahí está el gran secreto: ya no tengo la misión en mente de encontrarle la vuelta. Ya no estoy buscando las explicaciones de mis circunstancias, tampoco las de mis decisiones o acciones. No me interesa ya encontrar los eslabones perdidos entre mi pasado, mi infancia, mi adolescencia; y unirlos de forma tal que den sentido a mi adultez.

No, no soy necia. No me niego a “sanar”, ni me escondo de mis raíces. Simplemente he decidido dejarme ser.

Algo que no había logrado con demasiado éxito antes.

Al practicar día a día la máxima compasión para con todo a mi alrededor, incluyéndome a mí, estoy encontrando a mis 43 años la mágica liberación que se siente el dejarme ser quien soy.

Sin explicar, sin esperar, sin expectativas. Sin ningún tipo de formato en particular, sin complacer, sin esconder ni fingir.

Ser quien soy, en medio de este presente que me toca vivir, día a día, un día a la vez.