El año en el cual sólo respiré (de a ratos)

En 5 días será 1 año.

1 año desde la última vez que viví siendo yo, Jimena, con mi corazón relativamente entero, mis pulmones funcionando y mis músculos y huesos aún respondiéndome.

1 año desde la última vez que mi vida fue el “antes” de esas historias donde existe una clara demarcación entre el pasado y el presente, donde el “después” no se siente tan “después”, sino más bien un “aún” permanente.

1 año desde que te mandé esa estúpida foto por WhatsApp de mi cara toda roja y llena de granitos y te pregunté si era un síntoma de que me quedaban pocos días o si podía no preocuparme. De escuchar tu voz en el mensaje diciéndome que era una rosácea. Y que yo no moría más.

No, yo no.

Pero vos te fuiste.

En 5 días hace 1 año que no sé qué hago. Que me levanto todas las mañanas; bueno, algunas no me he levantado en todo el día y otras hasta pasada la tarde, y que no sé que hago. Que me convenzo de que tengo que bañarme, vestirme y comer, hablar con personas, hacer algo de trabajo, dibujar, escuchar música. Que me meto a leer todo lo que encuentro sobre duelo, que me anoto en cursos y me bajo apps. de meditación, a ver si encuentro algo, una respuesta, una explicación, o al menos dormir más de 4 horas a la noche.

Que me siento a este mismo escritorio, mirando esta misma computadora, en el mismo lugar donde estaba cuando me llamaron y me dijeron que te habías ido. Todavia puedo escuchar mi grito desgarrándome por dentro, todavia siento cómo una enorme parte de mi corazón se partió, me veo agarrándome el pecho con mi mano derecha y gritando, gritando y llorando, y sintiendo cómo el aire alrededor mío se convertía en una nube densa de nada. La nada.

La nada que me envolvió y me envuelve, que me paraliza, me congela. Que creó esta protección a mi alrededor, invisible, pero impenetrable, el no sentirme en mí, el no sentir qué pasa a mi alrededor. Una anestesia que entra por mis venas sin tener que inyectarme nada, sin tener que consumir nada.

En 5 días hace 1 año que todavía te escribo mensajes, que cuando me pasan cosas recurro a vos primero, Que sigo intentando, que sigo escuchando a personas decirme una y mil recetas que me ayudarían a seguir adelante, que sigo siendo juzgada como loca o depresiva. Que siento como si tuviera que pedir disculpas por mi dolor, porque a otros les molesta, porque es mucha negatividad, porque si te lloro no te dejo ir, porque esto y aquello y la bendita madre que los parió a todos.

Claro, es que cómo puedo esperar que las personas comprendan, realmente. Sólo vos y yo sabemos quienes somos, cómo estamos unidos, lo que vivimos. Todas nuestras historias, toda esa vida que compartimos. Todo ese vacío que me quedó, y que no puedo llenar con nada. Todas las ganas que tengo de seguir gritando hasta que se me partan las cuerdas vocales.

Probablemente esta es la forma en la cual mi mente procesa el trauma, en la cual mi cuerpo calla todas las expresiones emocionales del dolor. Este cuerpo que me quedó, semi funcional y muy distinto al de hace 1 año atrás. Este cuerpo que no me deja ya hacer muchas cosas, que se cansa y que duele permanentemente, este cuerpo que pareciera ser ajeno a mí. Como si me hubiera desprendido de él. Como si me hubiesen arrancado de mí. La pérdida de un fragmento de mi alma.

En 5 días hace 1 año que lo único que pude hacer fue respirar (y de a ratos).

Te extraño.

1 comment

Comments are closed.